He tenido el privilegio de presenciar algunas curaciones milagrosas a lo largo de mi carrera. La más reciente se inició el año pasado cuando una mujer india de treinta y dos años vino a verme a mi despacho de las afueras de Boston. Recuerdo que se sentó tranquilamente frente a mí; llevaba un sari de seda azul. Para mantener la serenidad, juntaba las manos en su regazo. Se llamaba Chitra, me dijo; ella y su marido Raman, llevaban una tienda de importación en las afueras de Nueva York.
Unos meses atrás, Chitra había notado un bulto en su seno izquierdo, pequeño, pero notable. Cuando la operaron, el cirujano comprobó que el bulto era maligno.
Explorando más a fondo, detectó que el cáncer se había extendido hasta los pulmones.
Al extirpar el seno enfermo y una buena parte del tejido que lo rodeaba, el médico de Chitra le aplicó unas primeras dosis de rayos y la puso en quimioterapia intensiva. Es el tratamiento habitual para el cáncer de mama; ha salvado ya muchas vidas. Pero el cáncer de pulmón iba a resultar harto más difícil de tratar; a todas luces, Chitra estaba entonces en una situación muy precaria.
Cuando la examiné, pude comprobar que se encontraba muy nerviosa. Traté de tranquilizarla, pero me sorprendió y conmovió con estas palabras:
—La muerte no me importa, pero sé que mi marido se quedará muy solo. No logro conciliar el sueño; me quedo sentada en la cama y no dejo de pensar en él. Sé que Raman me ama, pero cuando me haya ido empezará a verse con chicas americanas. No soporto la idea de perderle por una chica americana.
Se quedó un rato en silencio y me miró con unos ojos que sólo transmitían dolor.
—Ya sé que no debería decir cosas así, pero usted «ya me entiende».
Nunca se acostumbra uno a presenciar el dolor provocado por el cáncer, pero sentí entonces una tristeza aún mayor; sabía que el tiempo era el peor enemigo de Chitra. De momento, continuaba siendo una persona de aspecto saludable. Incluso había logrado ocultar su enfermedad a todos sus parientes, temiendo que la gente se fijara en ella y la viese desmejorada. Sabíamos los dos que lo iba a pasar muy mal.
Nadie puede pretender conocer un método para tratar y curar un cáncer de mama avanzado. La terapia convencional ya había hecho todo lo posible por salvar a Chitra.
Y, puesto que el cáncer se había extendido a otro órgano, las estadísticas le daban menos de un 10% de probabilidades de sobrevivir más allá de cinco años, aunque la quimioterapia le fuese administrada correctamente.
Le pedí, por tanto, que se sometiera a una nueva serie de tratamientos, aplicando métodos ayurvédicos.
Chitra se había criado en la India, como yo. Pero no sabía gran cosa del Ayurveda. Supongo que la generación de sus abuelos debió de ser la última en creer en ello. El indio moderno, que reside en una gran ciudad, prefiere la medicina occidental, siempre y cuando la pueda pagar. Para explicar a Chitra por qué pretendía que diera la espalda al progreso, le dije que el cáncer no sólo era un trastorno físico, sino la enfermedad de un mundo mayor que el cuerpo. Toda su fisiología sabía que había desarrollado un cáncer y lo estaba padeciendo; una muestra de tejido de sus pulmones demostraría que las células malignas habían viajado hasta allí; en cambio, una muestra de su hígado sería negativa. Sin embargo, la sangre circulaba por su hígado e iba recogiendo, por tanto, las señales de enfermedad procedentes de los pulmones. Y ello a su vez, afectaba las funciones del hígado...
De hecho, cuando sentía dolor en el pecho o había de sentarse para que no le faltara la respiración, diversas señales circulaban por su cuerpo, generadas por el cerebro o mandadas hacia él. Al sentir dolor, su cerebro había de responder de alguna manera. El cansancio que sentía, junto con su depresión y ansiedad, eran una respuesta del cerebro con repercusiones físicas. Por lo tanto, era una equivocación suponer que su cáncer pudiera ser únicamente un tumor aislado que bastaría con destruir. Se trataba de una enfermedad holística, y requería una medicina holística. La palabra «holístico», que suele ofender a los médicos más clásicos, significa sencillamente que el enfoque del problema incluye la mente y el cuerpo. Creo que el Ayurveda cumple con este requisito mejor que cualquier otra medicina, aunque quizá no resulte tan obvio a simple vista. De hecho, otras afamadas técnicas de medicina mente-cuerpo, como son la hipnosis y el biofeedback, son mucho más llamativas que el Ayurveda.
Unos meses atrás, Chitra había notado un bulto en su seno izquierdo, pequeño, pero notable. Cuando la operaron, el cirujano comprobó que el bulto era maligno.
Explorando más a fondo, detectó que el cáncer se había extendido hasta los pulmones.
Al extirpar el seno enfermo y una buena parte del tejido que lo rodeaba, el médico de Chitra le aplicó unas primeras dosis de rayos y la puso en quimioterapia intensiva. Es el tratamiento habitual para el cáncer de mama; ha salvado ya muchas vidas. Pero el cáncer de pulmón iba a resultar harto más difícil de tratar; a todas luces, Chitra estaba entonces en una situación muy precaria.
Cuando la examiné, pude comprobar que se encontraba muy nerviosa. Traté de tranquilizarla, pero me sorprendió y conmovió con estas palabras:
—La muerte no me importa, pero sé que mi marido se quedará muy solo. No logro conciliar el sueño; me quedo sentada en la cama y no dejo de pensar en él. Sé que Raman me ama, pero cuando me haya ido empezará a verse con chicas americanas. No soporto la idea de perderle por una chica americana.
Se quedó un rato en silencio y me miró con unos ojos que sólo transmitían dolor.
—Ya sé que no debería decir cosas así, pero usted «ya me entiende».
Nunca se acostumbra uno a presenciar el dolor provocado por el cáncer, pero sentí entonces una tristeza aún mayor; sabía que el tiempo era el peor enemigo de Chitra. De momento, continuaba siendo una persona de aspecto saludable. Incluso había logrado ocultar su enfermedad a todos sus parientes, temiendo que la gente se fijara en ella y la viese desmejorada. Sabíamos los dos que lo iba a pasar muy mal.
Nadie puede pretender conocer un método para tratar y curar un cáncer de mama avanzado. La terapia convencional ya había hecho todo lo posible por salvar a Chitra.
Y, puesto que el cáncer se había extendido a otro órgano, las estadísticas le daban menos de un 10% de probabilidades de sobrevivir más allá de cinco años, aunque la quimioterapia le fuese administrada correctamente.
Le pedí, por tanto, que se sometiera a una nueva serie de tratamientos, aplicando métodos ayurvédicos.
Chitra se había criado en la India, como yo. Pero no sabía gran cosa del Ayurveda. Supongo que la generación de sus abuelos debió de ser la última en creer en ello. El indio moderno, que reside en una gran ciudad, prefiere la medicina occidental, siempre y cuando la pueda pagar. Para explicar a Chitra por qué pretendía que diera la espalda al progreso, le dije que el cáncer no sólo era un trastorno físico, sino la enfermedad de un mundo mayor que el cuerpo. Toda su fisiología sabía que había desarrollado un cáncer y lo estaba padeciendo; una muestra de tejido de sus pulmones demostraría que las células malignas habían viajado hasta allí; en cambio, una muestra de su hígado sería negativa. Sin embargo, la sangre circulaba por su hígado e iba recogiendo, por tanto, las señales de enfermedad procedentes de los pulmones. Y ello a su vez, afectaba las funciones del hígado...
De hecho, cuando sentía dolor en el pecho o había de sentarse para que no le faltara la respiración, diversas señales circulaban por su cuerpo, generadas por el cerebro o mandadas hacia él. Al sentir dolor, su cerebro había de responder de alguna manera. El cansancio que sentía, junto con su depresión y ansiedad, eran una respuesta del cerebro con repercusiones físicas. Por lo tanto, era una equivocación suponer que su cáncer pudiera ser únicamente un tumor aislado que bastaría con destruir. Se trataba de una enfermedad holística, y requería una medicina holística. La palabra «holístico», que suele ofender a los médicos más clásicos, significa sencillamente que el enfoque del problema incluye la mente y el cuerpo. Creo que el Ayurveda cumple con este requisito mejor que cualquier otra medicina, aunque quizá no resulte tan obvio a simple vista. De hecho, otras afamadas técnicas de medicina mente-cuerpo, como son la hipnosis y el biofeedback, son mucho más llamativas que el Ayurveda.
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