viernes, 1 de abril de 2011

YO ESTUVE EN UN PLATO VOLADOR

Experiencias con seres de otros mundos.
BENJAMIN SOLARI “YO ESTUVE EN UN PLATO VOLADOR”

Por Roque Escobar


“Veníamos por la calle Chacabuco, en una noche con frío y niebla, con un amigo. De repente, surgió a un costado un hombre. Es decir…, nos pareció un hombre. Empezó haciendo manotones, como señas, y parecía que hablaba algo. Algo que no se entendía, claro, porque era muy raro. Nos hacía señales como indicándonos que camináramos hacia la Diagonal, en dirección de la Casa de Gobierno. Y con la noche fría, la niebla y… yo no sé… ese ser, ese hombre era, más grande que nosotros… ¿no?…, no sentimos miedo. Pero yo, sinceramente tenía frío y muchas ganas de llegar a casa. Pero este hombre, muy rubio, como de uno ochenta y cinco de alto, con ojos grandes que parecían de ciego, porque no tenían párpados ni nada… eran redondos, rarísimos. Estaba vestido apenas con un saquito que parecía un cardigan, verdoso, luminoso. Y fíjese, hacía un frío bárbaro. No obstante, seguimos caminando con mi compañero, cruzamos la calle, y mi amigo me lanza la pregunta: “Che… ¿no te parece que este hombre no es de este mundo?” “Y entonces vi el sol, inmenso, majestuoso. Ellos son buenos, vienen con fines pacíficos, de investigación. Parece que han elegido un territorio que se llama “Cristianía” Hasta aquí el interesante relato de un hombre que dice haber estado dos veces con seres extraterrestres. De un hombre que afirma que puede tener comunicación periódica con venusinos dada su condición de telépata. De un hombre de quien la prensa se ha ocupado ya varias veces por sus “singulares poderes proféticos.” De un hombre que dice haber viajado en un “plato volador” y haber dado la vuelta al mundo en contados minutos. De un hombre a quien no pocos acusan de “farsante” “embustero”, “macaneador”. De un hombre que confiesa que su mismo padre, psiquiatra argentino de nota, lo llamaba “loco”. De un hombre que vive en la bohemia al estilo parisiense, y que practica su profesión de pintor en un atelier céntrico de Buenos Aires. Un atelier con aspecto de Siglo XVII y a la vez de Siglo XXI. Ese hombre a quien reportea hoy ESQUIU es Benjamín Solari Parravicini. Indudablemente una persona muy discutida a cuyo relato nos circunscribimos sin que ello signifique extender un certificado de veracidad. Porque lo que buscamos en nuestra inquietud periodística, en este caso, es la información a través de quien asegura poder ser testimonio en un tema apasionante: los platos voladores. Cuándo, cómo y dónde -Bien -prosigue Solari Parravicini-, esa pregunta se me clavó y le contesté que era muy raro. Sobre todo los ojos, la ropa metálica. En fin. Nos despertó la curiosidad y quisimos volver al lugar donde lo habíamos visto. Volvimos, pero ya no estaba. -Había desaparecido… -Sí… había desaparecido -el entrevistado abre sus ojos grandemente, detrás de un armazón redondo muy poco común. se frota su calvicie y hace gestos misteriosos. Yo lo miro con suspenso y trato de descubrirlo. Prosigue-: Ahora va a ver. Pasaron varios días, y… -¿Cuándo fue eso? -Y… hace más o menos ocho años. Pasaron varios días y una noche estaba yo acá, en mi casa. Estaba también nublado, con bastante niebla y mucho frío. Se me ocurrió ir a ver “My fair lady” que la estaban dando en “El Nacional”. Fui. No sé a la hora que habrá terminado, imagínese. Cuando salí me dio ganas de comer un puchero de gallina. Terminé mi plato favorito y me dispuse a marcharme a casa. Serían como las tres, las cuatro de la madrugada. En esa época había muchos asaltos por acá, y tuve miedo, de manera que decidí tomar por la Diagonal, rumbo a Belgrano. Cuando iba cruzando la calle, se me apareció el “hombre” otra vez. Como caído del cielo ¿no? Había recuerdo, una bruma bárbara. No se veía a un metro. El tipo este empezó a hablar, nuevamente: “jap, gloa, prirp, jap”. Yo lo miré medio confundido y me dije: “Bueno, este me asalta”. Entonces apuré el paso. Sin pensar por qué estaba ahí, como había aparecido, sin recordar nada. Empecé a caminar ligero, y de pronto… Me quedé paralizado …no pude caminar más. No podía moverme. Cinco metros apenas avancé. Y ahora nada… Pasó un momento.. -Pero ¿podía pensar? ¿No perdió sus facultades mentales? Sí, podía pensar. Era totalmente consciente de todo. Nada más que me era imposible moverme. Como le dije, pasó un instante y luego comencé a perderme… a perderme… me iba… me iba. No sé como será un desmayo, pero creo que fue eso lo que pasó. Acá diríamos “me desmayé”… y me encontré, de repente, como en un borde de un barco con una baranda que parecía de metal. Ahí adelante, así redondo (Solari Parravicini gesticulaba), era como una explanada negra. Como de caucho. Entonces, aparezco yo allí, no sé como, y me encuentro con otros dos seres iguales. Muy sonrientes, me saludaron poniéndome las manos en el hombro… -¿Usted cree que estaba en un plato volador? -Sí, claro, no hay duda. En ese momento no sabía lo que era, pero después me lo expliqué todo. Yo estuve en un plato volador. Bueno… -Y dígame ¿eran de carne y hueso? ¿cómo era su contextura física? -Sí, al menos parecen de carne y hueso. Son como nosotros, altos, bien rubios, con ojos como le dije, muy redondos y sin párpados… El cutis es igual al nuestro, muy blanco… son lindos hombres, fuertes. Bien, allí, entre ellos hablaron: “chanau, glut, play, jot, net, jap”, qué se yo. Decían así. Ahí fue cuando se me cruzó la idea de que yo estaba en un plato volador, porque veía allá abajo, abajo, veía la punta del Obelisco, que entonces tenía una luz. Y justo cuando se me ocurrió pensar eso, uno de ellos me dice: “Si señor, somos de Venus”. -¿En castellano? -Sí, en castellano. Yo me sorprendí, él me dijo entonces:
“No se extrañe porque nosotros hablamos todos los idiomas de ustedes, porque nosotros somos telépatas, y usted también es telépata. Así como ustedes tienen la televisión que ven todo lo que pasa por afuera, nosotros los vemos perfectamente, y los conocemos perfectamente. Yo hablo con usted telepáticamente… Hace tiempo que lo conocemos y… Queremos mostrarle algo … tener una experiencia con usted”. De pronto oigo un “clin, cli, clin, cli”, como el teléfono cuando da ocupado, ¿vio? y veo una campana como de cristal, o de nylon, no sé. Nos cubrió. Nos encerró a todos. De inmediato yo vi que la puntita del obelisco se perdía. Pero no me pareció que la nave espacial anduviera. Frente a uno de sus cuadros, el último de la serie 1968, el pintor Solari Parravicini cuenta su experiencia a nuestro redactor. “Tenían ojos sin párpados, son de cabello rubio y de elevada estatura” Yo la veía quietita, y no me daba cuenta que andábamos más que por lo exterior. Yo estaba como idiota ¿no? De repente empecé a ver que los cielos cambiaban, y vi un cielo colorado, como esos que se ven a la caída de la tarde. El horizonte de repente estaba así, después así (Solari mostraba con sus manos direcciones opuestas), inclinado, de un lado y del otro. En un momento dado, el sol. Un sol bárbaro. Entonces me di cuenta que estábamos dando vuelta por el mundo. Pues recuerde que yo había subido a la madrugada, en plena noche, oscura y en Buenos Aires, le garanto que fue impresionante para mí ver el sol, enorme, grandote, refulgente. Simultáneamente, vi que el mundo se torcía ¿no?, y entonces se nubló de nuevo Ya le digo, fue impresionante. Hasta que… Yo ví un sol verde… …cosa de locos, parece, ¿verdad?. De pronto, uno de los seres grita “¡CRISTIANIA, CRISTIANIA, CRISTIANIA!, al tiempo que señalaba un lugar, hacia abajo. No sé lo que sería “Cristianía”. Así, pasamos por Europa, chiquitita allá abajo, y al pasar por el norte de América otra vez gritaron: “iCANADA, CANADA, CANADA!. Enseguida no más, porque, estábamos otra vez en la noche, me dijeron: “Ahí está. Otra vez en su casa. Ahí está la cordillera de los Andes”. Inmediatamente, quedamos suspendidos. En realidad, en ningún momento me pareció que andábamos, pero me daba cuenta por lo que veía. La velocidad parece fabulosa. Lo cierto es que estos “hombres” vuelven a abrazarme, y me dicen “Otra vez será, hasta pronto”. Me sentí mareado, perdí el conocimiento y me encontré nuevamente en Buenos Aires, en la avenida 9 de Julio, frente al Ministerio de Obras Públicas… -¿Y nadie lo vio? ¿Nadie? ¿Usted partió y regresó, sin que ningún testigo lo viera? -Bueno…, creo que no. La calle estaba desierta. Era un noche fea… -¿No le parece demasiada fantasía todo lo que usted dijo?. A mí me parece como un sueño, señor Solari. -Justamente fue lo que me pareció a mí. Cuando me encontré de nuevo en 9 de Julio, me dije “¿Pero… habré soñado?” Y me doy cuenta que, a mi lado, está otra vez el mismo hombre raro, que me quería abrazar. Pero se vio en ese momento que caían del cielo como lenguas de fuego, como papeles quemados y este tipo salió rajando… dijo unas palabras y disparó… Después vi bomberos, mangueras, quise correr y no pude. Me sentía como idiota. Pude recuperarme y recordé que, antes de que pasara todo, tenía entre mis brazos la revista del teatro donde vi “My Fair Lady”. La busqué, y ya no estaba… -Se la habían llevado los venusinos, porque según usted son venusinos ¿no? -Sí. Son venusinos. -¿Y qué fueron para usted esas “lenguas de fuego”? -No se, eso sí que no se, después supe que no pasó nada. -De manera que usted cree no haber soñado. Eso para usted fue real, usted estuvo en un plato volador -Sí, mire, podrán decir que soy loco, como decía mi padre que era psiquiatra, en broma, claro. Podrán decir que soy un embustero, un falseador. Pero yo lo vivi así, y así lo cuento. Nunca lo quise contar, por otra parte. Hace unos días me convencieron de que lo haga, y ahora lo hago, aún arriesgando a que me tomen, como un loco. Lo que recuerdo bien es que después de aquello estuve cuatro días idiota. Ahora me recuperé, claro. -¿Tuvo usted alguna otra comunicación con esos seres? -Sí, la tuve, y la tengo, por telepatía. No sé por qué, pero a ellos mimos se llaman “tovnis”. Nosotros le llamamos ovnis. Lo que le puedo decir es que nunca más estuve así, personalmente. Pero ellos siempre pasan por acá… -¿Usted es católico? -Sí, soy católico práctico. Creo en Dios y en todos los santos, y cumplo regularmente con todos mis deberes religiosos. Se me ocurrió mirar su atelier. Encontré muchas figuras de santos. Cuadros y pequeñas estatuas por todos lados. Una estufa ruidosa calentaba a ritmo vertiginoso. Y confieso que después del relato tenía mucho calor. Y unas ganas bárbaras de saber la verdad. La verdad que llegará tan solo con el tiempo.